Proyecto Batman

Skills: Performance, Photo, Research, Text, Video

batman fotomatón

A partir de las reflexiones de Ernest Jones sobre la sexualidad femenina, Joan Rivière, una de las primeras mujeres que consiguió hacerse un hueco en los círculos académicos psicoanalíticos, publicó en 1929 un artículo (Womanliness as a Mascarade) en el que definía la feminidad como mascarada. Jones había establecido un esquema de desarrollo de la sexualidad femenina subdividido en dos grandes grupos – heterosexual y homosexual – a los que añadía perplejamente varias formas intermedias. De esas formas intermedias había un que interesaba especialmente a Joan Rivière: la de aquellas mujeres que, pese a su orientación heterosexual, presentaban rasgos marcados de masculinidad (y a las que denominaba “mujeres intermedias”). “Un tipo de mujer hetero-masculina que rompía con la causalidad aparentemente natural que enlaza sexo, género y orientación sexual”. Rivière toma como ejemplo el caso de una paciente que debe utilizar el habla y la escritura (algo impropio de las mujeres de su época) en el desarrollo de su labor profesional. La angustia de esta paciente se manifestaba tras sus intervenciones en el espacio público y le lleva a sentir un deseo de coquetear histéricamente con todos los hombres que podía.

Según Rivière esta paciente pertenecería al grupo de mujeres homosexuales, aunque no estuviera interesada por otras mujeres. Es decir, una mujer cuya orientación sexual sería la homosexualidad, pero no así sus prácticas sexuales. Siempre teniendo en cuenta que hasta mediados del siglo la homosexualidad se entendía como inversión del género y no como relación entre individuos del mismo sexo. Esta inversión le generaba a su paciente una terrible angustia (pues provocaba la censura del resto de los hombres) que sólo lograba sortear si utilizaba la feminidad como una máscara, como un disfraz que camuflara sus rasgos marcados de masculinidad y evitara las represalias de los hombres por haber entrado en su territorio (el ámbito público, el espacio político y de la palabra).

Esta noción de la feminidad como máscara formulada hace más de 70 años nos remite ya , como puso de manifiesto Judith Butler, al concepto de performance, a la idea de que el género es una construcción cultural, una elaboración política y no algo natural. Pero Rivière y todo el aparato discursivo psicoanalítico posterior mantiene la dicotomía entre masculinidad y feminidad, otorgando a lo masculino un valor originario (natural) y subrayando de lo femenino su carácter de máscara. La cultura queer va más allá al plantear que no existe tal dicotomía, ni siquiera diferencia entre una feminidad /masculina verdadera y otra impostada, sino que toda identidad de género es una performance, una mascarada.La máscara devuelve el cuerpo al universo de lo indiferenciado, de lo anónimo. Desde un punto de vista ritual la máscara es la manifestación de lo divino en sus aspectos irreales y animales. La máscara actúa metonímicamente: su contacto modifica sustancialmente al sujeto. Su manifestación más baja es el antifaz. Cuyo uso más común es el erótico. El antifaz hace lo mismo que las medias, los brasieres y los ligueros: cubre y descubre, insinúa, pero sobre todo modifica, desrealiza a la persona para convertirla en objeto. Lo único que deja al descubierto es la desnudez del ojo húmedo y animal que mira desde el otro lado. La máscara es en este sentido la que permite la elevación de lo inferior y lo bajo, como los carnavales. En sus manifestaciones más elevadas la máscara tiene una función catártica: sublima, libera, desata identidades ocultas. Su acción es la del éxtasis, ya que el portador sale de si mismo. La máscara es también manifestación del doble maligno, del ser secreto que al parecer nos oculta, el otro que nos habita. Un cuerpo enmascarado puede alcanzar la potencia mágica del fetiche. Su signo es básicamente el de la metamorfosis en sus manifestaciones animales está asociada a los ritos de caza y al universo anímico de las fuerzas espirituales dispersas por el mundo. Finalmente la máscara nos permite acceder al otro mundo, al de las fuerzas mágicas que rigen los actos de los hombres. El enmascarado es también un héroe (como en la lucha libre o en las comunidades polinesias, donde casi siempre representa al héroe civilizador). Su máscara es un espejo donde todos nos miramos.

Cuando un hombre y una mujer se transvisten se abre múltiples posibilidades de reconfiguración del imaginario cultural; se cuestiona el significado de cualquier identidad masculina o femenina y se plantea una sensación de inestabilidad, anarquía y desafío que se convierte en una crítica a la posibilidad de representación de sí mismo.Mediante el personaje y la máscara de Batman, uno de los iconos pop por excelencia, tomara forma un proyecto que pretende experimentar, con el propio acto de enmascararse, el terreno de la mascarada masculina (acto transgresivo que tiene como finalidad contradecir a aquellos que afirman que no existe).

 

Proyecto Batman, Genderhacker (2007) 4′

Mediante el personaje y la máscara de Batman, uno de los iconos pop por excelencia, tomara forma un proyecto que pretende experimentar, con el propio acto de enmascararse, el terreno de la mascarada masculina (acto transgresivo que tiene como finalidad contradecir a aquellos que afirman que no existe).

La “cultura macho”, se caracteriza por alentar valores como el racismo, la impulsividad, la competitividad y la búsqueda del éxito (victoria sobre justicia, cooperación inexistente) y la violencia (insensibilización a la violencia). Estos provocan una visión distorsionada de la realidad, maniqueísmo ideológico, y polarizan las situaciones a blanco y negro. También tienen la capacidad de convertirse en armas de propaganda ideológica e impiden un análisis complejo de la realidad.

 

I’m your man, Genderhacker (2007) 3′

Primera experimentación con herramientas performativas “DragKing”. Deconstrucción de la masculinidad mediante la tecnología del vestir. Reapropiación de los códigos de representación masculinos, que reconstruyen una imagen fetichista del etereotipo y del rol de hombre, a través de la máscara hipermasculina de Batman.

 

Bathman, Genderhacker (2007) 3′

Cuando un hombre y una mujer se transvisten se abre múltiples posibilidades de reconfiguración del imaginario cultural; se cuestiona el significado de cualquier identidad masculina o femenina y se plantea una sensación de inestabilidad, anarquía y desafío que se convierte en una crítica a la posibilidad de representación de sí mismo. Cada pasar de la hoja de afeitar desdibuja un sexo para dibujar un género.

Manifiesto Batman

Batman es el único superhéroe que carece de superpoderes.
Es humano aquel que se esconde tras su máscara.

Batman es mi ídolo de infancia, mi alterego, mi otro, y mi yo hombre.
Los límites entre ambos sólo los conozco yo. Ambos somos cyborgs.

Batman transgrede los límites del género y en consecuencia del sexo.
Cree y no cree en la dicotomía masculino-femenino.

Batman es hombre y es mujer.
Los roles que quedan distribuidos para cada sexo se fusionan en uno.
Somos híbridos.

Batman no es una utopía, es quizá un desecho.
Si estuviese registrado en el sistema quedaría invisibilizado y/o ridiculizado.

Batman no es coherente a veces, es pueril en ocasiones, vanidoso.
Tiernamente narcisista se busca en el objetivo intentando encontrar su propio reflejo.

Batman es un ídolo de masas deconstruido a mi antojo.
Es el antihéroe, que esconde su inteligencia creyéndose víctima de inseguridad.

Aquellos que quieran ver a Batman como el propio protagonista quisiera ser visto,
colocarán ante su rostro una máscara de buen humor.

La indiferencia me va bien…